viernes, 17 de septiembre de 2010


El psicoanálisis es por excelencia, una herramienta fundamental en el devenir de los porteños. Apoyamos este pensamiento, -tratando que no se caiga- en la abultada estadística a nivel mundial de pacientes que se impacientan cuando se angustian. Desde su neurosis y nostalgia, el tango refleja este sentimiento de pensarnos en un mundo de calles laberínticas del desconsuelo, rutas y direcciones mal señalizadas, ansiedades de empedrado resbaloso, sufrimientos de cornisa con lunas que ruedan compulsivamente por Callao ¡Locos, locos, locos!…cuando anochece en la porteña soledad, junto al pensamiento filosófico acerca de la finitud de la vida, bajo la certera amenaza por la cual, será la huesuda quien nos llevará p’al jonca. Ya lo dice el recitado de “La Cumparsita“, de Matos Rodríguez: “El tango tiene olor a vida, tiene gusto… tiene gusto a muerte”.
Todas estas cosas, nos hacen especialmente particulares, y el mate, no descansa, tanto en el pensamiento, como en la cebada del mismo, ya sea amargo, o dulce. Qué sería del tango sin esta visión particular de la existencia, desde lo individual, hasta lo general, que ha llevado a escribir grandes obras literarias, como a Borges, así como los tangos inolvidables de Homero Manzi, resongando reflexivamente entre bandoneones quejosos, aquellos aconteceres de la vida misma y el destino. Es necesario mantener esta impronta en el caso del tango, y a la postre, aceptarnos como somos, siendo felices de esta manera, solamente pensando y experimentando el dolor, y la alegría. De lo contrario, la felicidad ilusoria y pasajera de un arlequín infame y burlón, solamente logrará entistecernos, como en este caso le ha pasado a Floreal “El Jilguero de Avellaneda”.

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