Tratado sobre las “Mielcitas”
De mi libro: “Tratados que tratan de tratar algo, pero sin dejar de tratarlo, sea bien o mal, de eso se trata, y eso trato.”(He mejorado notablemente la síntesis de los títulos sobre mis tratados, aunque no logro aún ser sintético en el título del libro, y sobre todo, en este tipo de extensas explicaciones sobre los mismos, cosa que realmente me tiene preocupado, aunque por el momento no pienso solucionarlo. Por más que me pese, trataré de levantarlo igual.)
Arrojando un plástico vacío de Naranjú sobre la vereda…por lo cual, me llamó la atención un militante de Greenpeace, quién me señaló con el dedo-sabiendo que señalar es de mala educación- diciéndome que el plástico no es biodegradable y debe ser arrojado al tacho correspondiente, so pena de ser denunciado, para luego venderme un diccionario Sopena, a lo cual accedí de buena gana ofreciéndole un pago en 50 cuotas sin intereses con mi tarjeta de crédito, que es de plástico, y aceveró que de ninguna manera aceptaría un pago en ese material, en cambio sí lo aceptaría con un cheque a 30 días. Le dije que no utilizo cheques, ya que cada cheque es un árbol menos en el mundo, y estoy en contra de la tala de árboles para luego hacer pasta celulosa, con su consiguiente resultado, el papel que conforma al mismo objeto-cheque, y en el fondo, aunque tuviese cheques, seguramente carecerían de fondos (como mi tarjeta de crédito). Al ver esto se alejó protestando con indignación. En fin, mientras guardo el diccionario Sopena en el bolsillo, olvidado por aquel hombre verde enojado, -llego a la conclusión que quizás se trataba del Increíble Hulk- prosigo con el relato.
Arrojando un plástico vacío de Naranjú -en el tacho de plásticos correspondiente- , noté que mi sed de verdades no se había calmado, y procurando algo más fuerte que prolongase la verdad, llegó a mi mente en forma de idea -sin saludar al entrar- el elixir más indicado. Allí estaba en el kiosko: una tira colgante de colores hipnóticos, atrayentes, que describía una curvatura, sí, una tira de mieles vencidas por su propio peso en el espacio y en el tiempo, y quizás luego me dí cuenta, vencido en su fecha “espacio-tiempo” para ser consumido.
Aquel manjar en cuestión eran… “Las Mielcitas”.
Al tomarlas, sabiendo que eran mieles, y temiendo que una turba de abejas indignadas, -como el militante de Greenpeace- me persiguieran por haberlas extraído del “kiosko-panal”, salí corriendo urgentemente. Tambien salí corriendo, ya que no aboné la suma correspondiente a su adquisición, y en lugar de las abejas, temía que me persiguiera el kioskero. Abandonar la escena del crimen perpetrado contra abejas y kioskeros siempre es lo más indicado.
A salvo de mis potenciales perseguidores, procedí a probar las mieles en cuestión. En ese instante, las verdades comenzaron a llegar –tampoco saludando al entrar- y aquella panacea revelóse en toda su dimensión desconocida.
Parecidas en su conformación al Naranjú, eran de una durabilidad intensa que podía prolongarse durante horas, aunque no eran frías, ni poseían estado sólido, o bien líquido, por lo que intentaré más adelante encontrar la definición de su verdadero estado, aunque parece ser uno bastante anárquico, ya que no posee Estado alguno.
Si el Naranjú encerraba el grave dilema “sólido-líquido”, en este caso el dilema seguía siendo algo inestable, inexacto, incorrecto, es decir, no tenía dilemas, ni argumentos muy sólidos -ni líquidos- y era solamente una babosidad de colores fuertes con gustos estridentes, contenidos por un envase que rebalsaba su anárquica miel. Comer esas Mielcitas implicaba a su vez, devorar el plástico, por lo cual no creo que el militante de Greenpeace estuviese de acuerdo con la ingestión de las mismas, y me pregunté: ¿Era el plástico lo que tenía gusto, o era la sustancia anárquica? Al fin hallé un dilema, aunque no duró demasiado tiempo, ya que al probar el plástico en sí mismo, comprobé que no tenía gusto a nada, volviendo así el foco de mi incorrección hacia el estado de la anárquica miel. En ese instante comenzaron a llegar las conclusiones y los interrogantes, que tampoco saludaron al entrar. Si el Naranjú era un producto del capitalismo: ¿Las mielcitas eran una contraofensiva anárquica, es decir, anarquista, con la contradicción misma de tener un Estado? ¿Cómo convivían ambas en el mismo kiosko? ¿Se llamaban mielcitas porque la miel es fabricada por comunidades de abejas obreras con el consiguiente mensaje subliminal de corte proletario? ¿Porqué tengo este dolor estomacal, acaso estaban vencidas? ¿O es que las utopías han muerto, y han sido vencidas junto con la fecha de vencimiento del producto? ¿Las abejas reclamarán alguna vez derecho de autor sobre esta golosina? ¿Porqué me siguen las moscas? ¿Será porque tengo pegoteado en las manos el dulce de las fatales mieles multicolores, o bien, las moscas son abejas encubiertas? Y para cerrar, y luego almorzar...¿El militante de Greenpeace era el Increíble Hulk, o bien, Bill Bixby, el actor de la vieja serie televisiva?
Realmente, mi estado de confusión, fue más fuerte que el “sólido-líquido” del Naranjú, y más anárquico que el de las Mielcitas. Decidí retirarme sin verdades, pero con la única certeza que me quedaba: Tanto las ideas, como las verdades, los interrogantes y las conclusiones, cuando llegan, nunca saludan al entrar, y son realmente maleducadas, como el militante de Greenpeace que me señaló con el dedo.
Buenas Tardes.
Próximo tratado: Los caramelos “Fizz"
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