miércoles, 22 de septiembre de 2010

Recuerdo un mal sueño, una pesadilla que todavía por las noches suele volver a visitarme, sin que la invite: Un profeta de mala tripa con monedas del César, arengaba a una turba encolerizada hacia la conquista de su individualismo, convenciéndoles que pertenecían al Paraíso del Primer Mundo y debían marchar, uno a uno, hacia las tierras prometidas de Miami o Cancún. Esto ya era un hecho. Con orgullo revanchista hacia los infieles que no entendían aquello, se emprendió una guerra santa hacia la conciencia y el pensamiento, a cambio de unos pocos fetiches y paseos por la vereda tropical del consumo.

En aquella época, el Muro de Berlín había caído ¡Al fin la humanidad se unía! Los muros estaban cayendo en todo el mundo, todos lograban la libertad tan esperada mirando con agradecimiento aquella mítica Estatua de la Libertad de la tierra prometida, mientras en la radio FM sonaba “Wind of Change” de Skorpions. Esos vientos de cambio comenzaron a soplar de la mano del Neoliberalismo, una versión mejorada de su antecesor del libre mercado, pero en esta oportunidad, no venían a abrir solamente mercados, sino también, a persuadir con suavidad y delicadeza, por todos los medios mediáticos posibles.

¡Y si! La libertad completa, al fin un camino abierto al éxito, sin muros de por medio, ni discursos políticos molestos y engorrosos, todo estaba al alcance de la mano, ¡Pobre de tí, si no lo tomabas! Acaso por flojera, holgazanería, o bien, por resistirse a los cambios naturales de la evolución de la especie. Es que solamente los incapaces elegían quedar excluidos, seres de poca educación, con tradiciones populares muy poco “cool”, que solo miraban las vidrieras de los Shopping Center, sin poder alcanzar la igualdad de oportunidades por su propia condición de seres retrógrados y poco adaptables a las nuevas condiciones del canibalismo imperante. Y es así, el que no quiere entrar al nuevo mundo, es porque no quiere, porque le teme al éxito, y al fin y al cabo, porque es conveniente que no lo hagan, ya que si todo fuera más igualitario, ¿A quién enrostrarle las proezas de adquirir productos más exclusivos?

Aquellos pedazos del Muro de Berlín que la gente solía atesorar como fetiches de la nueva etapa libertaria, quizás se han transformado en nuevos muros, atomizados en cada calle, en cada espacio, y se multiplicaron para ser invisibles, aunque infranqueables.
¡Adelante amigos! Las puertas están abiertas para todos, las divisiones raciales, sociales, de clase, ya son algo de otros tiempos, el que no lo quiera ver, es porque está ciego, o bien, tiene envidia que le produce ceguera. El mundo está hoy pensado para todos, y pobre de aquel que quiera modificarlo, piense diferente, o bien, luche por algo mejor, aunque, también, los que luchan cada día, quizás son más de los que parecen ser, o nos muestran...

No hay comentarios: