sábado, 25 de septiembre de 2010


“Tratados & Trattoria” (Un Aroma Mediterráneo, que trata de serlo)

De mi libro: “Tratados que tratan de tratar algo, pero sin dejar de tratarlo, sea bien o mal, de eso se trata, y eso trato.”

(Próximamente llamaré a mi libro solamente “Tratados”, pero no estoy seguro, ya que es demasiado sintético, y a mí me gustan las cosas naturales.)

Mientras escribía uno de mis tratados, esta vez sobre la estratificación del estrato de la Fender Strattocaster, un espíritu mercantilista se apoderó de mi persona, por lo cual, pienso que debo buscar un exorcista con urgencia, aunque debo agradecerle a este espíritu infernal la idea de ver la parte comercial del asunto, y en consonancia con los paradigmas actuales de la alta cocina gourmet, tuve la opaca ocurrencia de abrir un restaurante para escribir tratados, y a la vez, dar la posibilidad de comer unos canelones, ya sea de ricota con jamón, o bien, verdura, para quienes quieran plasmar su desvarío en excelsas prosas. Se llamará “Tratados & Trattoria”. Estoy buscando inversores para este emprendimiento, y como condición esencial, debe ser gente que no se encuentre en la banca rota, ya que si bien -o mal- el emprendimiento está basado en una fórmula "literario-culinaria", no me gustaría que -literalmente- me vaya como la segunda parte integrante de la misma.

Sí, creo que puede funcionar. En Buenos Aires pueden haber muchos clientes potencialmente interesados en los beneficios de mezclar una buena salsa piamontesa ó scarparo, con inspiradas palabras, sabiendo que no se debe hablar con la boca llena, cosa por la cual, todo lo que se piense o se quiera expresar, no se hará en forma oral, sino que deberá ser escrito. Supongo que es un buen límite para incentivar el verbo de la birome y la pluma fuente.

La Bohemia de los literatos, por alguna razón, siempre es expresada en servilletas. Recuerdo a uno de mis maestros de la escritura, su nombre era Don Francisco Escriba. Siempre sospeché que no se llamaba así, porque todos le pedían que escriba algo dicendo: “Vamos, Francisco…escriba”. Era un escribano que trabajaba en tribunales, pero se dedicaba a escribir otras cosas más importantes en servilletas de bares y restaurantes, con la particularidad de ser muy prolífico en su producción artística. No había establecimiento gastronómico que alcanzara para su inspiración, ni servilletero que le durase más de diez minutos, por lo cual, al cabo de unas horas terminaba con las servilletas de varios bares de Buenos Aires, teniendo que migrar de uno en otro en busca del preciado soporte para sus ideas, y de alguna forma era obligado a ir de bar en bar, ya que lo echaban a patadas de todos. Tanto fue así, que en las postrimerías de su vida literaria, se vió obligado a ir a los baños de los mismos bares para escribir en rollos de papel higiénico, que le duraban algunos segundos más, aunque debo reconocer que sus obras habían bajado de calidad, pasando a ser de un género casi escatológico. Por estos motivos he decidido que las servilletas de mi restaurante, serán resmas de 500 hojas, formato Oficio, con una nota alcaratoria para literatos prolíficos, instándoles a escribir en letra chiquita y prolija para aprovechar bien los recursos.

El espíritu infernal mercantilista que me ha poseído, me sugirió que utilice servilletas de paño, o tela, pero no, sus intenciones son de mala entraña, por ser del mismo infierno, y recuerdo ahora, otro caso que no tuvo caso, paradójicamente hablando. Me refiero a Girondino Girondón, un exponente de las letras profundas como un charco de agua, que no era escribano: “Sólo sé…que no soy nada” decía él, con profundo sentido filosófico existencialista y socrático. Su costumbre era escribir sobre servilletas de tela en finos restaurantes, y atesoraba sus grandes obras en su biblioteca, o bien, servilloteca. Pero la fatalidad fué el destino cruel de su ser, que no era nada. Un domingo por la mañana, mientras él se encontraba en descanso ocioso mirando el vibrante partido Chacarita-Mandiyú de Corrientes, su mujer, Ernesta, agarró toda su servilloteca, y la puso en el lavarropas al ver la suciedad de las telas, llenas de ilegibles líneas de tintas y manchones azules, negros, verdes, rojos, algunos remarcados con marcadores fosforescentes. Si bien la letra de Girondón, no era muy buena, eran mucho más ilegibles para Ernesta, que no sabía leer. La Tragedia, sí, la tragedia sobrevino sobre Girondón al ver esta decisión de limpieza de años de trabajo artístico, junto a la tinta desprendida de las telas, que pasaron a integrar los desagues de la ciudad. Sin remedio, Girondón cometió suicidio, y dijo, “ahora sí que no soy nada…debo ser algo”, y se puso a estudiar escribanía.

Las preguntas y conclusiones sobre este emprendimiento comienzan a torturarme como una tiza gritando contra un pizarrón, hecho en forma adrede: ¿Quedarán en Buenos Aires individuos con espíritu bohemio? ¿Quedarán en Buenos Aires, individuos con espíritu? ¿Quedarán en Buenos Aires, individuos? Y sobre todo ¿Quedará Buenos Aires? ¿Cuánto tiempo más va a durar? ¿Llegará hasta el juicio final, o será destruída antes? ¿Debo averiguar qué ciudad llegará al fin de los tiempos para que mi emprendimiento tenga un futuro cierto de rentabilidad sostenida en el tiempo? ¿Debo cobrar el cubierto, o debo cobrar las biromes? ¿Hasta qué punto es capaz un escritor de comer un canelón y escribir al mismo tiempo? ¿El menú, lo escribo en varios tomos, o como una simple epístola es suficiente? ¿Si la literatura se escribe sobre servilletas, debemos limpiarnos las manos con libros? ¿Alguien conoce un restaurante que sirva buenas pastas?

“Pienso…luego existo” Decía René Descartes, descartando pensamientos en la servilleta de su filosofía. Supongo que en mi restaurante “Tratados & Trattoria”, para exisitir, antes se debe comer algo. Y pienso que debo meditar más acabadamente sobre este emprendimiento, cosa por la cual, intentaré expulsar de mi cuerpo este espíritu mercantilista infernal en la iglesia más cercana.

No hay comentarios: